
Los delfinarios no tienen absolutamente ningún valor educacional. La captura, confinamiento y explotación de los delfines lanza el nefasto mensaje de que está bien utilizar a los animales, privándolos de su libertad.
En un delfinario los cetáceos han de acostumbrarse a piscinas muy pequeñas en proporción a su tamaño y velocidad de desplazamiento, por lo que se ven obligados a nadar en cí rculos. Su sistema de orientación y detección de presas, mediante la emisión de sonidos, encuentra en las paredes de hormigón una muralla que les devuelve continuamente esos sonidos, algo que termina por alterar ese sofisticado mecanismo natural. El cloro y otros productos quí micos que se añaden al agua pueden provocarles heridas e irritaciones oculares, y el estrés de la vida en cautiverio también es causa de lesiones y muerte.
La vida media de los delfines en libertad ronda los 40 años. En cautividad, no excede los 8 años, y ello a pesar de ser sometidos a control veterinario y recibir periódicamente tratamientos con antibióticos, fungicidas, hormonas y vitaminas. Sin dichos tratamientos, apenas podrí an sobrevivir unos pocos dí as cuando son confinados en los estanques artificiales. Otros cetáceos que se utilizan con los mismos fines, como las orcas, pueden llegar a vivir unos 80 años en libertad, pero en cautiverio apenas llegan a los 10.
Existen grandes compañí as que se dedican a la captura de mamí feros marinos para surtir a acuarios y parques acuáticos. Los métodos utilizados no son especialmente delicados: se calcula que el 50% de los animales mueren durante la captura, incluidas hembras preñadas y crí as. Otros mueren durante el traslado, inmovilizados en camillas con correas donde deben ser sedados para calmarlos. Y finalmente, otro porcentaje indeterminado muere durante los primeros dí as al no conseguir superar la depresión que les provoca el cautiverio. En definitiva, por cada delfí n que evoluciona en un parque de atracciones, otros dos habrán muerto trágicamente.
Los delfines más apreciados por sus captores son los que tienen entre 2 y 4 años de edad, y todaví a estrechamente ligados a sus madres. Esta separación resulta muy traumática, tanto para la madre como para la crí a, y existe documentación que muestra que algunos ejemplares llegan a morir del shock que les produce esta experiencia.
Los números que realizan los delfines en cautividad se consiguen a través de un método de entrenamiento muy estricto que saca partido del hambre de los animales y de su total dependencia de los entrenadores para conseguir el alimento. Los delfines son animales salvajes cuyo comportamiento natural no incluye actuar como payasos de circo. Para enseñarles a realizar números innaturales, el entrenador debe tener, en primer lugar, un control total sobre el animal. Esto se consigue a través de métodos que la industria denomina €œrecompensa positiva€; en realidad, se trata de algo tan cruel como la privación de alimento. Una vez que el delfí n se rinde y accede a comer pescado muerto, el entrenador le enseña que la única forma de conseguir comida es realizando las piruetas deseadas, tras lo cual recibirá el premio: un pescado. í‰ste es el modo en que se refuerza en comportamiento anormal de los delfines. Sin duda, mantener a estos animales hambrientos les induce a continuar actuando para conseguir comida.
Algunos especialistas, como Koen Van Waerebeek, del Centro Peruano de Estudios Cetológicos, han analizado con detalle el sufrimiento de los cetáceos sometidos a cautividad, y es por ello que rechazan cualquier componente educativa en aquellos espectáculos en los que se utilizan estos animales. «Desde cualquier punto de vista», asegura Van Waerebeek, «la óptima manera de difundir la educación y respeto hacia los mamí feros marinos es la observación directa en su ambiente natural y en libertad».
Idéntica es la opinión de los promotores de The Dolphin Project, para los que estos delfines, cautivos, «son monstruos creados para nuestra diversión, y, por eso, mostrarlos no tiene ningún valor social ni educativo». En una interrogante resumen esta postura: «¿Cómo pueden aprender nada acerca de la verdadera naturaleza de estos animales cuando son entrenados para desarrollar trucos circenses que repiten por la recompensa de un pescado muerto?».
En algunos delfinarios se ha llegado a modificar el vocabulario para evitar aquellos términos que pudieran tener connotaciones negativas. De esta manera no existen «jaulas» sino «recintos», los «tanques» son «acuarios» y al «cautiverio» se le denomina «medio controlado».
Los delfinarios no tienen absolutamente ningún valor educacional, a pesar de que sea ésta la razón que más frecuentemente se arguye para defender la cautividad de los cetáceos. Lo más irónico es que, a pesar de que la industria defiende ardientemente el uso de mamí feros marinos en cautividad para educar al público sobre la importancia de preservar estas especies en la naturaleza, esa misma industria alega que los delfines no están en peligro de extinción para sostener que no hay nada malo en capturarlos.
Considerar a la naturaleza y a quienes la habitan como meros recursos a nuestra disposición está contribuyendo a destruir la vida salvaje a lo largo y ancho del planeta. La captura, confinamiento y explotación de los delfines, y de cualquier otro animal, lanza el nefasto mensaje de que está bien utilizar a los animales, privándolos de su libertad y negándoles la satisfacción de sus necesidades más básicas, tan sólo por entretenernos a su costa.
Asistir a delfinarios y a espectáculos con cetáceos en cautividad en una forma de educación: de mala educación. Es un modo de enseñar a millones de personas, incluyendo niños que son todaví a impresionables, que abusar de la naturaleza es aceptable, siempre que se le llame investigación.
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